Desoigo las últimas llamadas de la noche, afronto el reto y lo propago dentro de mí, me da miedo quedarme a medias. Agito las malas compañías mientras juego a beberme mis placeres y empino el codo para recordarme que ayer lo hice y quizá mañana reincida.
Trunco guías de sostén para mis pequeños achaques y sé que eso no va a cambiar, susurran las últimas voces en la lobreguez de la travesía y ya sólo me oigo hablar cuando me miro desnudo frente al espejo, mientras me queden risas por explorar, mientras no se me agote el sentimiento.
La mudez que todo lo envuelve me acaba envolviendo a mi, acaba por engullir todas las voces, traga chillidos, engulle quejas, y deja indiferentes a los transeúntes sin destino. Intento cambiar fechas a mi antojo, frases mal pronunciadas o fichas mal archivadas.
La tinta que expando a golpes de pulmón no es más que una caricia a mi destino, es granjearme puertas entornadas, facilitar huidas sin peligro y reconocer salidas a domicilio.
“No somos enemigos, sino amigos, no debemos ser enemigos. Si bien la pasión puede tensar nuestros lazos de afecto, jamás debe romperlos. Las místicas cuerdas del recuerdo resonarán cuando vuelvan a sentir el tacto del buen ángel que llevamos dentro.” Abraham Lincoln
Hace 10 años