jueves, 29 de noviembre de 2012

Buscando un motivo material a la palabra cobijo noto que difiere del sentido abstracto de la misma, nadie asemeja por igual tal sensación. Tanteando emociones que se desarrollan con los años ésta rebrota sin cesar, crece firme y obstinada como la planta que va engarzada a un tutor; no consigo recordar nada más confuso e inconcreto que expresar en plural la sensación de resguardo o amparo; la atribuyo y la ligo a veces a la consecución de metas físicas, a impresiones materiales que se palpan u observan desde el sofá quizá. Siento pasmo al ver la diversidad de formas que nuestra mente adopta para sentirse arropada; la suerte de desventuras que acucian a uno son fuente de seguridad y optimismo para otro que siente el deseo indómito de explorar la soledad, la virtud, la alegría o el ocaso, ya sea en constante periplo o en un devenir fijo e invariable. La mente juega a su antojo a la espera de que se incumplan sus mas íntimos deseos de placidez o se incurra en constantes batallas por resolver si uno estará turbado o calmo, azorado o sereno según delinca en el día a día. Te levantas cada mañana preguntándote qué se percibe y no logras ni uno solo ordenar todas las ideas, por mas que recapacito sobre esta sensación no adivino una manera exacta de encasillarla, intento saber si uno es capaz de dominar al desasosiego o si la razón te conduce y estafa despiadada a un sentido y fingido abrigo al final de la jornada. Mientras pasan días, acontecimientos, años y sucesos, siento la impudicia de quién encuentra sentido a su camino inalterable y acaso estupor por los que trazan derroteros que cachean por igual una mente contestataria y una salud del todo insolvente.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Lo remoto y lo ulterior

A resultas me encontré disputando, bregando en contra de actos y sensaciones que nadie querría suponer, era obvio que ciertas habilidades pregonadas no llegarían a buen puerto. Medité lo fácil que era en ocasiones perder la fe, algo único por ser en mi caso apenas un atisbo de sensatez en mi insania, un menoscabo que me había pasado casi desapercibido al rebelarme él mi porvenir, la causa de mi asombro creció a expensas de su veloz verborrea, que no hizo sino mas que encubrir lo absurdo de mi existencia. No sentí temor ni angustia, si acaso el sinsabor de saberme herido, golpeado porque mi proyecto era pura entelequia y él creía saberlo, conocía márgenes de mi psique que jamás pensé en rebañar y adiestrar, ni siquiera en ilustrar.

miércoles, 25 de julio de 2012

Todas las flores del desierto están cerca de la luz.
Todas las mujeres bellas son las que yo he visto, las que andan por la calle con abrigos largos y minifaldas, las que huelen a limpio y sonríen cuando las miran.
Sin medidas perfectas, sin tacones de vértigo.
Las mujeres más bellas esperan el autobús de mi barrio o se compran bolsos en tiendas de saldo. Se pintan los ojos como les gusta y los labios de carmín de chino.
Las flores del desierto son las mujeres que tienen sonrisas en los ojos, que te acarician las manos cuando estás triste, que pierden las llaves al fondo del abrigo, las que cenan pizza en grupos de amigos y lloran sólo con unos pocos, las que se lavan el pelo y lo secan al viento.
Las bellezas reales son las que toman un vino y no miden cuántas patatas han comido, las que se sientan en bancos del parque con bolsas de pipas, las que acarician con ternura a los perros que se acercan a olerlas.
Las preciosas damas de chándal de domingo.
Las que huelen a mora y a caramelos de regaliz.
Las mujeres hermosas no salen en revistas, las ojean en el médico, y esperan al novio, ilusionadas, con vestidos de fresas.
Y se ríen libres de los chistes de la tele, y se tragan el fútbol a cambio de un beso.
Las mujeres normales derrochan belleza, no glamour, desgastan las sonrisas mirando a los ojos, y cruzan las piernas y arquean la espalda.
Salen en las fotos rodeadas de gente sin retoques, riéndose a carcajadas, abrazando a los suyos con la felicidad embotellada de los grandes grupos.
Las mujeres normales son las auténticas bellezas, sin gomas ni lápices.
Las flores del desierto son las que están a tu lado.
Las que te aman y las que amamos.
Sólo hay que saber mirar más allá del tipazo, de los ojazos, de las piernas torneadas, de los pechos de vértigo.
Efímeros adornos, vestigios del tiempo, enemigos de la forma y enemigos del alma.
Vértigo de divas y llanto de princesas.
La verdadera belleza está en las arrugas de la felicidad.....................

Mario Vargas Llosa

domingo, 20 de mayo de 2012

Invadido por la sensación de desatino general, de que todo se reduce a inspirar y expirar, a la dulce voz que te llama desde un cuarto, a un huracán, a vidas dependientes de miedos independientes que aceptaron manejar lo ingobernable, lo que nunca tuvo precio, lo que debió ser un derecho; de remar por dunas de candente historia, por archivar años o siglos sobre lo venidero, por ciénagas que alumbran mis atormentadas madrugadas, lodazales que impiden a tanta gente avanzar.
Me invadió esa sensación ayer, ayer cuando nací y no pude pensar en nada más que remar, en bogar a orillas de mis pensamientos.

martes, 31 de enero de 2012

Muerte entre las flores


Cayó de nuevo a plomo y al besar el suelo pudo mirar de soslayo al cielo, era algodonado y marcaba ya el inicio del ocaso, el azul empezaba a perder la partida a favor del ocre y ya no podía distinguir la algarabía de colores del frondoso bosque donde se adentraba forzosamente.
Él, el perdedor seductor y estafador presumido avanzaba haciendo gemir la parda hojarasca, los días de vino y rosas eran ahora remotos y el sólo recuerdo le hacía sentir el alma aún mas compungida.
Sabía de la exigencia y riesgo del puerco trabajo al que se enfrascó siendo un mocoso, un niño con ganas de coserse los bolsillos y llevar zapatos limpios, a toda costa, a cualquier precio; quebrantó principios y asesinó deudas a partes iguales que asfixiaba vidas.
Tropezó de nuevo exhausto, esputando flemas y balbuceando letras, no se desmoronó agarrado por la mano del otrora amigo que lo conducía impávido a las entrañas de aquella arboleda, otra alimaña sin escrúpulos que antepuso la miseria del vivir sin sentimiento, sin compasión y sin afecto.
Notó el ardor del cañón hendiéndose en el corte del mentón y percibió en la comisura del labio el agrio sabor a pólvora, sólo el hosco viento que soplaba de levante parecía aliviarle del incesante sufrimiento.
Tachó entonces de su mente las pírricas y remotas alegrías, imágenes con míseros recuerdos y selló los ojos a la espera, sólo a la espera.